viernes, 9 de abril de 2010

José Millet Libro de poesía Arbol más hermoso

Árbol
más
hermoso








José Millet











Premio de poesía “Jose´María Heredia”, de la UNEAC (1985)
Santiago de Cuba, 198… Coro, Venezuela, 2009.










A mi abuela mambisa Caridad “Cacha” Pérez: raíz y semilla.


























“El árbol cuando florece, siempre descubre su sitio y enseña su nombre”.
Alí Primera















Velar armas de un poeta de la tierra de “El desterrado” en el Pueblo de los Vientos.
“El que su tierra no adora tiene espíritu prestado”.
Alí Primera
Reivindico la libertad de la roca de mantenerse en su sitio, inconmovible al viento que la bate, en la tierra o en lo más alto, o a las olas que la golpean en el cortante acantilado. De vivir y morir donde se quiera. Algo he de haber aprendido de la filosofía de la naturaleza salvaje e indomable de la cual soy criatura, pero a su vez Creador. Se nace donde no se ha pedido nacer; se muere, donde uno quiere y de la forma en que uno lo decida. Soy alguien de hechos más que de derechos. Rechazo, como Alí, la protesta por considerarla infantil. Me precio de jamás haber solicitado caridad ni nada que no sea un puesto en la línea del combate por la vida. Me guío por la regla de la dignidad seguida por los seres más sencillos que habitan ahorita conmigo en este sitio del planeta elegido: del cují y del chivo, de quienes he absorbido más saber, en estos cuatro años de exilio auto impuesto, que en todos los libros consumidos en la ingesta intelectual denominada “carrera universitaria”, por la cual expiden un pergamino, firmado y sellado con cuño seco, que es el que vale. Pongo mi vida por delante: ella son obras, positivas y verificables, de principio a fin. Como Martí—déme Venezuela en qué servirla y ella encontrará en mí un hijo—y Carpentier, que vino aquí por poco tiempo y se olvidó de su partida ante la fascinación de lo descubierto: así vinieron a dar mis huesos a este bello y desemejante país, cuyo pueblo no pide cédula de identidad para compartir su destino. Aquí estoy a su lado transitando por el riesgo común de cada uno de sus hijos al pararse, saludar el Sol y echarse a la calle; ajustado a su ley y estilo de vida, tal vez único en el planeta: la riqueza que entra en la bolsa fluye entre los dedos y se va corriendito, como arena de estas dunas que nos rodean, en Curiana, tierra pechada con sangre de aborígenes rebeldes, que recibieron a punta de flecha al invasor europeo, de compostura insurrecta de raíz afro, constituida en la recia nobleza del insurrecto José Leonardo Chirino y de historia bravía, con Josefa Camejo como símbolo de atrevimiento y valentía.
Tal vez porque nunca, en cuarenta años de trashumancia por sitios del mapamundi, experimenté en carne propia, como ahora, vivir entre dos mundos, me esforcé en recuperar los originales de algunos de mis libros inéditos dejados atrás, en una isla del Caribe: estaba seguro de que me devolverían parte de la memoria que corre riesgo de perderse cuando se está lejos de la patria, sin poder volver a las fuentes originales donde reforzar las conexiones psicológicas que se debilitan con el paso del tiempo. De ahí que me aplicara escribir unas notas autobiográficas “de urgencia” que di a conocer a través de la araña digital que pone el mundo en un pañuelo llamada internet. Al menos dos de aquéllos, volvieron a mis manos en una “operación rescate” que llamé “María Lionza” por una razón secreta que algún día se sabrá: mi hijo menor viajó de la ciudad Holguín a Santiago de Cuba, donde logró sacarlos, de entre mi “biblioteca personal” que yace secuestrada en lo que fue “mi” apartamento, en el reparto Pastorita Núñez, donde transcurrieron “aquellos años felices”, tal vez los únicos, junto a mi familia…y donde crecieron mis cuatro hijos: Tania, Alejandro, Ernesto y Joseph James, desde 1982 hasta que se hicieron adultos y echaron a volar.
Estos versos terminaron de brotar en la tierra donde nació José María Heredia, el poeta más trágico y admirable que mi patria haya dado al mundo y obtuvieron en 1985 el premio que irónicamente lleva su nombre, otorgado por la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). El laurel, lo compartieron con otro libro de la autoría del “Quijote del Caribe”, mi hermano Jesús Cos Causse () cuya muerte me desgarró al punto de escribir el poema “De qué murió Cos Causse”, por el que tal vez me haya dado a conocer en mi condición de lírico o “escribidor de versos”, expresión ésta con la cual no rechazo el gremio, sino que me sitúo en mi debido sitial: en el de simple “bachiller en ciencias y letras”, que para mí es el honor mejor otorgado a mi índole de joven aspirante al título de caballero andante, alcanzado con las armas en la mano y bajo la bandera no de ningún amo ni señor feudal, sino de la libertad de la Humanidad. Se impone una minuta de historia para el público foráneo que los leerá. Cómo regresaron a mis manos?. En ocasión de la VI Bienal Internacional de poesía Elías David Curiel realizada aquí en septiembre 2008, viajaron en una caja de cartón, cuidadosamente alijada por las manos del poeta Reynaldo García Blanco, que las recibió de las de mi hijo menor, junto con los objetos sagrados de mi madre y los míos, que yo tenía colocados encima de la mesita de noche, en el cuarto dormitorio del amor y de ¡tantas memorias de mi hogar¡ que entristecen de sólo traerlas al presente. En su trayecto por las aguas del Caribe, viajaron junto a mi Ifá, a la imagen santiaguera de la Virgen de La Caridad de El Cobre, de donde procedo y a la de María Lionza, reafirmando el árbol con flores de sangre y espíritu que une a dos pueblos cobijados bajo su sombra luminosa.
Como podrá poder apreciar cualquier lector medianamente avisado, por ellos transita un tono en ocasiones melancólico y en otras acre, dictado por las circunstancias vividas en el aciago año de 1980, que se sintetiza en una palabra clave: Mariel. Comenzaba entonces otro capítulo de las “décadas oscuras” que llevaría a muchos cubanos al exilio, incluidos muchos artistas y escritores. Afortunadamente, y gracias a la valiente intervención del camarada Joel James Figarola que me rescató del martirio en que me vi envuelto absurdamente en Holguín, sin haber hecho otra cosa que crear y manifestar lo creado, pude establecerme nuevamente en Santiago de Cuba, donde fundamos la institución Casa del Caribe (1982), que pasó a la historia cultural del país y de toda la región del Caribe como una de las más valientes, aguerridas y creadoras. Desde esa fecha hasta la muerte de Joel, ocurrida en el 2006, me dediqué casi de modo absoluto a dos actividades a las que dediqué mis mejores energías y años de juventud: a establecer relaciones con los pueblos que habitan la región, mediante intercambios artísticos y académicos, y a la investigación científica de las culturas populares. Dejé a un lado la crítica literaria y artística, la creación como escritor, y me concentré en la antropología cultural. No obstante, logré terminar tres libros de poesía, uno de los cuales perdió un poeta a quien se lo entregué para que lo publicara. El libro que ahora coloco en tus manos es fruto de las mencionadas circunstancias del éxodo masivo y de golpe, por vía marítima, de más de cien mil cubanos hacia el Norte, y expresa la elevación de espíritu que el artista e intelectual comprometido con la Revolución está obligado a adoptar.
Del papel amarillento en que los escribí en mi vieja Underwood (¿correrá la misma suerte de mi apartamento siquitrillado?) los transcribo al ordenador para devolverlos a la Humanidad a la que pertenecen y darlos a conocer, en acto de justicia poética porque ellos me acompañaron durante muchos años de naufragios y vicisitudes, como buenos soldados: disciplinados, en silencio y sin chistar, junto al resto de “mis libros y demás papeles manuscritos” cuyo destino final no sé cuál será. Durante veinticuatro años se mantuvieron “a la altura” de los principios que adornan al guerrillero que los creó: sincero, leal y amigo, a la espera de que volviera a ocuparme de ellos para llamarlos al combate. Correspondiendo a su fidelidad, los publico como los dictó el corazón y los cinceló el pulso, sin alterar coma ni añadir un punto. En el proceso de acomodo del cuaderno, original fue revisado por el poeta “Ignacito” Vázquez Espinosa, compañero de estudios universitarios, cuyas indicaciones y el trabajo de orfebre relacionados con la factura siempre recordaré con el cariño que él merece, aún más porque siempre me ha acompañado aquella imagen del poeta arrojándose desde el techo al monumental patio de concreto del Colegio de Dolores, cerca de donde él ejercía la docencia. Tal vez estos versos conserven, sin embargo, la sonrisa de aquel amigo con quien compartimos tantas veces en las aulas, las calles de nuestro Santiago de Cuba o en la casa de nuestro inolvidable profesor Ricardo Repilado Parreño.

J.M.
Coro, Patrimonio de la Humanidad, mayo 25.2009.

























Árbol más hermoso

Con el mismo brazo
Cargado de frutos
Con que fuiste azotado un día,
Un día serás laureado.

No se pudran las hojas
En tus manos. Abierto
Mantén el pecho y limpio
El fuego de tu fragua.

Tampoco enturbien tus ojos
Esas pasajeras aguas:
Permite que por ellas corra
Aquel finísimo arroyo,
Desgajado de los montes,
Que los acunó en tu infancia.

No tiemble el Sol en tu piel,
Ni la neblina descobijes de tu cuerpo:
Un aluvión de flores,
De pétalos esparcidos al viento
Habitará tu frente
Por los días de tu vida.

En este lado nacerá un lirio;
En este otro, parirá un cerezo
Frutos sin luto ni sombras…
Por los poros te brotará el ramaje
Hasta tocar con las yemas el cielo.

Palparán tus entrañas los humanos
Cuando toquen las flores.

Árbol más hermoso no conocerá,
En largo tiempo, la tierra.



















Árbol
A Julián Mateo y La Fela, su poema
De la palma,
El viento en las alas.

Del laurel,
El ancho de sus copas.

De la ceiba
El más oscuro signo.

Del roble
El robledal.

Del naranjo,
La abeja en el azahar.

Del pino,
Su coro nocturno.

Del cerezo,
La sombra en la corriente.

Del ciruelo,
Un sauce a cada lado.

Del júcaro,
El nido en las ramas.

Del almendro,
Claustros reverdecidos.

De la caoba,
Los primeros juguetes.

Del cedro,
La mesa del almuerzo.

Del guayacán,
Yugo, cepo, dogal.

Del guayabo,
La montería del cerdo.

De la menta,
Las curas de mi madre.

Del bejuco,
El ,camarada abrazo

De la guásima,
El perro ahorcado.

De la güira,
El son.

De la anacahuita,
El sueño de los pájaros.

Del cupey,
Mi cupeicito.

De la yagruma,
Las olas rompiéndose en las rocas.

Del jobo,
El ojo asustadizo de la jutía.

De la yaba,
Abuelo en el taburete.

Del jagüey,
Los puñales.

Del almácigo,
El alma en pie.

Del jiquí,
Un tronco.

Del framboyán,
El frente de mi casa.


Del árbol,
La tierra.



























Naturaleza muerta
A Ignacito Vázquez Espinosa

Un pájaro
Deshabitado
Entre las hojas.

Su canto,
Serpenteando
Al borde de las aguas.

Doradas escamas,
--sus plumas--,
Que se alejan en las ondas
Y mueren en el marco.

El ojo, negro,
De una extraña fijeza,
No se ha repuesto al disparo,

…oscuro orificio
Que le crece dentro.

Ala que no rompe el cristal,
Pájaro entre las hojas.




Conjuro

Sol:
Haz que la hoja
Desprendida de la rama,
Vuelva a su fronda.

Y al fruto
Que en el claustro húmedo y oscuro
De la flor yace,
Viértelo en fruta madura.

Y a la semilla que mañana
Aventará el viento,
Conviértela en árbol de actuante levadura.

Haz que yo sea un tiempo
De árbol, flor, fruto y semilla.










Baladilla vegetal
¡Qué oscuro ruido
En estas dos hojas ¡
Una no es reverso,
La otra no es escudo
Y son una las dos.

Quise poner en verso
Que eran, de un pino,
El mismo follaje
Y al papel vino
A estamparse el ramaje
De todos los árboles.

En sucesivo oleaje
Las maderas
Tocan mi puño:
En mi puerta
Un pájaro se detuvo
A limpiarse el plumaje:
Las oscuras hojas
Que ahora son dos aves.






Variación al tema árbol con sol
A Luis Díaz, hermano

Si mis manos
Ahora son las ramas
De este mismo naranjo
Donde picotean los pájaros,

Y mi aliento,
La médula del almendro
Donde nos cobijamos,

Coplas de un amigo
--ni alegres ni tristes—
Van diciendo las aves
Que en mi copa anidan.

(Flores no dibuja el viento
En su pañuelo de luto.)

Mi voz no repite el eco:
Más bien la tierra,
Con su acento animal,
La está repitiendo en la herida.


(Triste es el serrucho
Cortándome el centro.)
Hermano,
La verdad no es el otoño,
Es ese Sol
Palpitando de flores
Que entona con tu voz
Sus verdes coplas.

Coplas de un amigo
--ni alegres ni tristes--,
Está el Sol diciendo
Encaramado en su fronda.

(En el cementerio de Jiguaní, última reserva indígena. 1981)















Sortilegio

Un rayo de sol
Entrega al cerezo.

(No porque sabio se crea,
¡Por puros destellos¡)

Una gota de rocío
Da a la mañana.

(No parece lluvia:
En él dos nubes chocan)

Agudos alfileres
El rumor de las ramas
Clava en tu pecho.

Un árbol florido, una sombra
En medio del desierto,
Clavos buscando el madero,
Raíces que flotan en la corriente,
Un abrigo, una mano, un bastón…
¡ urgente¡,
si en las copas no anida un amigo.

(Si es el viento
Quien bebe en la flor,
Camarada de raíces
Mientras vivas.)

Un caballo, una vara, una piedra por almohada,
Una llave que no abre, una tumba sin regadera,
Un rostro pálido que me persigue, un libro abierto,
Un gajo, una sola columna, una pistola encargada,
Una cueva, la misma sonrisa, una guitarra,
Siempre el viajero sin mapas ni brújulas al uso,
Un traje que no me he puesto nunca, lleno de lomas,
Una cadena sin levita, un niño, un girasol que me mira,
El agua, el fuego, mi mujer.

Una hendija por la que vea la luz,
Una gota minúscula
El beso tierno al amanecer,
Dos nubes que chocan en la noche del amor,
En el claro cielo donde no tengo señor ni dios
Ni una hostia de la que arrepentirme.

Sin consignas ni un coño¡¡

Cabalga en el huracán
El árbol con su flor.


Oda mínima
A Holguín y sus holguineros
A las crisálidas
De esta floresta
Les está prohibido
Tejer y destejer la seda
Con dedos de viento levantisco.

Los dedos del sol
Deben servir de husos
Al estampado vegetal,
Reza el mandato.

Las hojas inéditas
Del ciruelo
No sirven de nido
A las piérides:
¿Será porque un viento pícaro
Con sus alfileres
Abre mil flores y no hay vírgenes?



[1980…Mariel}




Leyenda
A Sonia, en recuerdo de signos de sangre en su tierra mapuche

Sátiro insensato
Fue entre las flores.
Se arrebujó en los pétalos
Semejando fieros animales.

Amó el tierno ópalo
Del crepitar de las olas
Y la inmensidad del cielo.
Amó, más allá del horizonte,
Las tibias noches con estrellas.

A una ruda soledad se entregó
Con cierta sonrisa antigua.

Se paseaba por el bosque
Detrás de las amapolas.
Cazaba fugaces amapolas
Para devolverlas al viento.

A esa antigua dicha se entregó
De jugar a la inocencia,
Hasta que un sol con espada
Coronó danzando su frente.


Maldición de un espíritu ebrio:
No reconoció distancias,
Confundió profundidad con altura,
No reconoció los signos del trueno y la cosecha.

Como una estrella que quema
Retuvo el sol en los dedos
Y se desparramó en un rayo
Cuando esperaba la lluvia.

Cierta luz bañó su cuerpo
Prolongando la noche entre besos robados.

De nada le valió llevar en la frente
Halo de ángel inocente.

Sátiro insensato
Fue entre las flores
En árbol cazador de estrellas
El sol lo trocó.

Un rabo de nube
Baña sus ojos,
Y entre las ramas
Lo aprisiona el viento.



Pequeño dominio
Cocuyo que te escurriste
Por la ceja del monte,
Róndame el aliento.

(Cien potros en el vuelo
Y, en el ojo,
Un pájaro yerto.)

Los gajos acunen la noche
Y, las raíces, la corriente.

Lechuza que heriste el párpado
En la vaguedad del horizonte:
Clávame en tus garras
Cuando al amanecer
Emprendas vuelo.

Caracol que la luz lames
En la proa de mi nave:
Dame tu hogar transeúnte
Con sus oscuros duendes.

Caracoles que ayer
Cubrían mi cuerpo:
¡Cúbranlo de flores¡

Trillito que serpenteaste
Con timidez el monte:
¡Retenme en el espejo ¡

Voy por tus ojos negros,
A la oscuridad que escondes…

Una lámpara volando
Dentro, muy dentro, veo
Y un caballo encabritado
Impide seguir tus pasos…
Me salvan de sus coses
El arroyo y tu paloma.

Peña que oíste mis voces,
Envíame las piedras
(El dolor yo prefiero
A traicionar la huella.)

Eco que en la lluvia
Dibujaste mi signo,
Nada escribas encima.

Un árbol da sus soles
Si fuego lleva dentro.

Árbol que guardaste mis hojas
En décadas largas y oscuras,
No te rindas al invierno¡¡.
Sin alas… ¡se puede volar¡

Dos alas tienen este árbol
A un pájaro parecido:
Una lo impulsa al nido;
La otra, a la corriente.

Como caoba es el tallo
Lleva en su copa una flor.
Una sola dirección
Emprende en la sabana
Cuando bate sus dos alas:

Una, al mar, al horizonte,
Donde se pierde la vista.
Con exactitud apunta
Siempre al remontar el vuelo;
Con fijos ojos despunta.

Esta le viene del monte
Donde revientan los nidos
Yemas de la nueva vida;
La otra, del río crecido.
Y así, moviéndolos a saltos,
Ambas alas, muy unidas,
Impúlsanlo a lo alto.


Aventuras de una semilla
En Ivonne, por gracia concedida
En tu vientre planté un árbol
Impenitente a la ternura de las hojas.

Con las yemas de las ramas
Toqué el azul del espacio.

En tus caderas acumulé nubes
Contra una estación.

Creció este árbol
A golpes de sueños.

Las raíces bebieron
Humus.

El tronco fue hecho de flor y ceniza.

Por las ramas subieron
Libélulas
Sus ansias.

Un gajo rozó la galaxia:
Una rama pintó
El otro árbol en el cielo.

Y pintó nubes
Y pintó lluvias
Y pintó soles
Hasta que se iluminó todo de verde.

Tocó el ángel su trompeta:
Un rayó descobijó la fronda
Y las aves volaron en bandadas.

Fue encendida una hoguera
Donde quemaron colmillos y garras
Y se alzó la fronda.

Y alimentaron
El fuego de las verdes hojas.

Hasta que crujieron las velas.

Un grillo entró
En el corazón del árbol pintado

Y las piedras resucitaron:

Se conoció lo que había escrito
En el dorso de cada hoja
Cuando el sol escapó furtivo
Por un oscuro horizonte.

Aventó el viento
La semilla
Del árbol que sembré en tu vientre.

Y volvió la lluvia
Y el verde a las ciudades
Donde encendidos maderos
Alimentados por la ternura
Fertilizaron tus yemas.

No tuvo el árbol que dibujarse en el cielo
Sino en el fondo del grandioso río.

















Escaramuza con las estrellas
A las ramas
Que en el cielo caracolean
Doy mi brazo firme.

Caballos forman, y montes,
Con breves golpes de hojas.

Al humo tornándose fruto;
A la neblina, en gigantes…
Devuelvo la sonrisa.

En monstruos sublimes
Truécase la materia
Proteica de las ondas;
Y en larga espada de polvo,
Una manga de polvo.

Del árbol la resina
Revuelvo en la retorta
Donde se vuelven memoria
Las cosas más reales.

Cuántas ilusiones rotas
En una sola pompa
De jabón desvanecida…

Qué enérgico mi caballo
Despedazando las huestes
Contrarias, y no otra cosa
Son que pedazos de madera.

Las ramas y las estrellas
Se aprestaban al combate
Cuando un viento de galaxia
Las sumió en el sueño.




















Grillo en el parnaso
Con mi himno
La piedra trueco
En almohada.

Como un pino
Vibro acariciado por el viento ¡

Llevo el sueño del río
En el cuerpo;
Algodón son las aguas,
Calzas de mis pies desnudos ¡

Seda es mi garganta
Si decido alegrar el mundo.

En la caja de mi violín
Se solapa el bosque:
La tristeza no conoce
El triste, cuando yo canto:
Caben en sus cuerdas
Todas las notas:
El papalote del niño
Y la calavera de un vejo.

Salto en el ojo del monte.

Del metal y del fuego,
De animales y hombres,
Hasta de flores amargas
Dan fe mi cuerpo
Y sus escamas brillantes.

Una música es un fuego
Que calienta y alumbra:
Desde una rama ciega
Esta música revienta.

Con mi himno voy,
Con mi himno vengo,
Como un pino vibro
Rozado por el viento.














La siembra anuncian las hojas
Los senderos llevan
Al lóbrego estero.

Un ave desde su nido
Levanta el vuelo.

Los pichones en la frente
Llevan la ceja del monte.

Cómo no escuchar los trinos
En aquella rama ciega ¡
Si las semillas que vierte
No las avienta el viento…

--¡Corran, corran aguas del estero¡
Traigan su canto temprano:
Los animales puedan limpiarse
De lodo el pelaje.

Quieran los helechos
Ungirme con su sangre;
Y los arroyos fríos
Cubrirme con sus piedras.

Cómo se escucha el trino
Del ave que no se posa
En esta rama seca…

Es la caricia más duradera
El abrazo del bejuco
Y el calor de la tierra.
























Planeta verde

A Tania, Alejandro y Ernesto.
Un júcaro anciano
Se quejaba de su vejez:
“Apenas tengo cobija,
Aves ya no pican mis frutos
Y, como no estoy abrigado,
Paso frío y no doy sombra.”

Un chipojo anidad,o
Entre las ramas,
Respondió la queja:

“no podrán dolerte las raíces,
Que tanta tierra conocieron!
A cuántos diste albergue
¿Cuántos pájaros anidaron en tus ramas?
Pregunta al viento
Los distantes sitios del planeta
Adonde esparció tu cimiente.
Alegraste las flores del bosque,
Saciaste con tu fruto al sediento,
Y quizá mañana sirva tu madera
Para mesa de cualquier casa.
Si las razones no te convencen,
Desencórvate y levanta la vista:
Estos arbolitos que te rodean,
¿no son hijos de tus obras?”

El júcaro iba replicar
Cuando una pareja de perdices,
Recién venida de sus bodas,
Se detuvo en una de las ramas
Con una brizna de hierba
Entre las patas.




















A la sombra de los cerezos en flor.
Para mi hijo Joseph James M. M.
Yo planté un cerezo
En el claro del monte.

Mi ojo estuvo atento
Al retoñar de las hojas.

Mandó aguas el cielo
Y los animales abonaron la cimiente.

Fornidas raíces buscaron el centro.

El sol bendijo la fronda con un soplo
De luz.

Mi árbol conoció la dicha
De las ramas robustas.

A veces le molestaron
Los inquietos pájaros.

Un día cesó de crecer
Y le faltaron las fuerzas.

A los lejos descubrió
Que había otros árboles;
Uno extendió hasta él
Un inmenso gajo
Y la inclemencia del cielo
Cesó por un tiempo.

Otros le rodearon
Impidiendo que el viento
Castigara su ramaje.

Le dijo el más joven:
“un árbol puede estar solo
Entre los mismos árboles:
Tenemos lo que tú tienes
Y pasamos por ese instante
En que nos abandonaron los padres.
Ya ves, ni aun así has estado solo,
No te oculto que tendrás
Que vértelas por ti mismo
De aquí en adelante.”

Vino la primavera
Y las hojas a sus ramas,
Brillaron las flores al sol
Y pronto pudo comprobar
Los frutos de su cobija.

Verde región fue desde entonces
Aquel antiguo claro del monte
En el que ahora crecían
Otros árboles plantados por la mano del viento.

Una mañana el árbol
Descrubrió cerca una plantita,
Quizá salida de sus semillas…

Pudo sentirse viejo
Mas recordó
Lo que había vivido.

Ahora a disfrutar de su sombra
A todos convida, rodeado
De los arboles que le salvaron.

Por toda la tierra
Sus cimientes
Esparce el viento.











El árbol, la revolución y la muerte
Basta que aquel sol
Se cierre en apretada sístole
Para secarse el ramaje.

La sombrilla de neutrones
---sus varillas alargadas---.
Fundida al polvo seco
Terminó por cubrir la semilla buena
Y liquidó el ojo del poeta.

Como un puño, por el tronco
Brotaron los versos al aire;
No fueron menester las velas:
El viento los izó a todo lo alto,
Sobrepasando el nivel de las aguas.

El árbol es una nave
Que surca mares de amapolas;
Su quilla abre senderos insondables,
Bate las olas que no podrán acallarnos,
Su silbo rompe el silencio.

Los gajos son sargazo del mañana,
Las flores adornan los peces.
La semilla desnuda la espuma
Y siembra vida en lo profundo.

Las olas y los frutos se columpian,
Se acercan o alejan en el cielo
Por un amarillento sol iluminados.

Este barco que navega hacia el origen
--sus raíces ancladas en el océano--,
Con capitán de lucero,
Estalla en la quietud de la tarde
Con un rojo de framboyán inconfundible.

Árbol de fuego y neblina
Es esta nave que partió
Hacia su destino justo
Una mañana de rumbo cierto.

Regístrese o no en la capitanía del puerto.

No habrá equivocación de pasajeros.
Ni de colores.

Su verso, tierno y violento, estremece el monte,
Como el canto del gallo al universo,
Al levantar el sol
Su puño incandescente de rayos.